LA PRISIÓN DE LAS
LAGRIMAS
I
CARTAS A NADIE
LA RECAMARA
Tengo el corazón roto a niveles moleculares,
sólo es arena guardada en un pecho de vidrio.
Aún así, carente de forma,
siente, besa, llora y ama.
¿De qué color es el alma?, ¿Azul,
blanca, verde, violeta, amatista? No lo sé, pero siento que se derrama la mía
en el frío azulejo de la recámara. Roja; supongo que el alma es de color rojo y
habita en nuestra sangre corriendo por todas partes, no sólo por el corazón. Debe
ser por eso que siento como mi alma se escapa de mi cuerpo en cada gota de sangre
que cae cálida sobre el blanco suelo, que pronto habrá de recibirme a mí
también.
El rojo carmesí sigue creciendo
como lo hace una nube de tormenta, se revuelve entre las pisadas de mi padre y
las mías, formando extrañas figuras rojas, mis manos a veces sin pretenderlo
tocan algún mueble y dejan su huella de
sangre como quien pisa descalzo la arena, buscan sostenerme para no caer frente a los
golpes y eso molesta a mi padre, quien
no duda al golpearme por ensuciar con mi pútrida sangre, mi penosa alma, los muebles de la recámara.
Mientras él me golpea, escucho sus gritos y me pregunto si será verdad…Si soy
tan idiota, tan pendejo o tan imbécil como él me lo grita, creo que debe ser verdad, pues lo repite todo
el tiempo
-¡tú tienes la pinche culpa!
- ¡¿De qué?!- De todo
seguramente, pero ¿Qué es todo? No lo sé, todo es todo y punto. Hoy, mañana y
siempre, se quedará gravado en mi subconsciente, que tengo la culpa sin saber por qué.
¿Qué es lo que me trajo nuevamente
aquí frente a los puños de mi padre? ¿Qué fue lo que hice?,
¿Qué error cometí?,
¿Cuál es mi pecado?, ¿Por qué estoy siendo castigado? No derramé la leche ni
saqué malas notas, limpié mi cuarto, no prendí la tele, no hice nada malo, nada
que lo moleste, pero él me ésta golpeando, como se golpean los hombres supongo,
con las manos, con sus puños cerrados, a patadas, arrancándose los cabellos.
Imagino que debe ser así, pero yo
no tengo oportunidad de defenderme contra él, si meto las manos me golpea más
intensamente, se enoja, me grita, ¡No metas las manos o vas a ver!, me quiere
completamente indefenso, que sus puños no tengan ningún obstáculo para llegar a
mí, pero no puedo evitarlo, es instintivo doblar las piernas, meter las manos,
querernos salvar del dolor, por inútil o peligroso que sea.
A veces como hoy, me pone frente
a él, con su voz de soldado, sus gritos de tormenta, y me grita, no entiendo la
razón,
-¡Te crees muy hombre!, ¡Te sientes muy
machito!
- No, ¡No me siento nada!, No soy
muy hombre, ni machito ni tengo idea de lo que eso significa. No me siento le
digo pero él no me escucha, no me entiende y me reta con sus palabras.
-¡vamos a rompernos la madre!
Yo me quedo quieto, aguantando
los coscorrones, soportando las patadas, las cachetadas los golpes al estómago,
todo sin derramar una sola lágrima.
¿Cuándo fue la última vez que llore?, fue hace mucho, quizás
hace tanto, tendría 4 años, estaba en el kínder, el de la puerta de madera,
donde yo era el más alto de todos, ¡el único que alcanzaba el tubo del
columpio!, con la maestra Lulú, creo que fue por ese tiempo, que comencé a
guardar silencio, a luchar intensamente por contener el llanto. Recuerdo las advertencias
de mi padre, cada vez me golpeaba más fuerte, dejo de usar el cinturón para
castigarme con los puños, y mientras lo hacía solía gritarme, -¡cállate!, te
voy a golpear más fuerte para que llores con ganas, ¡cállate!, y me golpeaba y
no dejaba de hacerlo hasta que yo obedeciera, cuando controlaba el llanto y
guardaba silencio o algo similar, conteniéndome, suspirando por dentro,
tragándome no solo mis lágrimas si no el aire, el sentimiento, la necesidad de
mostrar mi sufrimiento. Poco a poco fui aprendiendo a dejar de llorar, encadene
mi alma y devoré mi llanto.
Hoy ya no lloro más, no importa la razón, no lloro por nada,
ni por caerme, golpearme, no lloro por el dolor físico, no lloro ni por las
dolencias del alma.
Tan pronto aprendí a beber mi llanto, que mi padre comenzó a
retarme, como lo hace ahora, parado frente a mí, esperando agarrarse a golpes
con su propio hijo, pero yo a penas llego a unos centímetros arriba de su ombligo,
no sé qué hacer, sé que si lloro volverá a golpearme, sí que si no lo hago
seguirá golpeándome, así que solo cierro los ojos y espero que algo pase y se
canse de castigarme.
Pronto siento sus manos rodeando mi garganta, me levanta con
fuerza como si mi vida no valiera nada, no lucho por zafarme, solo me sostengo
de su brazo, en un intento inútil para liberarme y poder respirar, no alcanzo a
escuchar sus gritos, ocurre de pronto, siento una sacudida que revienta todos
mis pensamientos, incluso suelto su brazo, esta es la manera más cruel y
dolorosa de ver las estrellas, me siento mareado, como si estuviera enfermo,
algo caliente corre por mi frente, late y se derrama sobre mi ojo derecho, ha
sido su puño reventando mi rostro, me golpea de nuevo, dos veces más antes de
arrojar mi existencia al rincón y caigo contra el suelo y este incluso parece
blando comparado con sus puños, el termina encajándome el zapato un par de
veces, entre mis costillas, mis piernas, mis brazos que intentan cubrirme. De
una última patada me deslizo hasta el otro lado de la habitación y ahí me quedo
o parece que ahí estoy.
Cuando por fin se cansa, una vez saciada su necesidad de
golpearme, se sale, no sin dejar una amenaza y una orden, -limpia el desorden-
¡y vuelve a darme un pretexto para romperte las madre!, ya sabes solo estoy
buscando un pretexto para hacerlo, dame otro y ya verás- luego se larga.
Yo me levanto, lentamente, dolorosamente, siento como sigue
corriendo mi sangre por mi frente, mis labios, mi nariz, cada golpe y cada
patada, se retuercen en mi cuerpo, me levanto no por convicción si no por miedo
a que regrese, me levanto porque sé que volverá y no quiero darle ese pretexto, voy a la cocina,
busco un trapo, una cubeta y comienzo la limpieza, limpio mi sangre con agua
del baño, ha manchado casi todos los azulejos, desaparezco como ola las huellas
de mis manos sobre los muebles, me pongo un trapo frio en la frente, papel en
la nariz y presiono mi labio hinchado.
Despacio, me quito la ropa, sucia con mi sangre, la pongo en
el cesto, saco mi piyama, no tengo ganas de ir a la sala a buscar un poco de
leche y pan, tengo hambre, pero tengo una necesidad urgente de esconderme tras
las sabanas, me pongo la piyama, me meto en la cama, me cubro la cara y me
arrincono en lo profundo del colchón, lo más pegado a la pared, aun tiemblo
cuando escucho la puerta del cuarto abrirse, el sonido del interruptor al
prender la luz y siento su mirada, revisa el cuarto, me mira, sé que lo hace, yo me hago el dormido lo
mejor que puedo, vuelve a apagar la luz y se marcha.
Me gusto mucho.
ResponderEliminarGracias un placer para mi poder compartirlo. Tendrá seguimiento paulatino con el titulo LA PRISIÓN DE LAS LAGRIMAS sera un placer tenerlos en la continuación y mis otros proyectos. Gracias por leer.
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