ENTRE LA TIERRA Y EL CIELO
NO CREO EN EL
DESTINO
Y SIN EMBARGO
NOS ENCONTRAMOS
CAPITULO UNO
ENCUENTROS
Algunas veces para que la historia comience es
necesario que otras sean escritas antes de la historia principal. La vida es un
camino lleno de historias, cuentos y leyendas, que abren y cierra cada capitulo
en nuestras vidas, así mientras unas terminan y otras comienzan, incluso cuando
estamos completamente seguros de que nuestra historia a terminado o nos
esforcemos por no volver a escribir en la bitácora del alma nuevos cuentos,
relatos o leyendas, a veces nuestra propia historia tiene mucho más para ser
escrita.
Somos el resultado de todas esas historias, de
cada evento y cada decisión que vamos tomando, sobre vivimos a nuestros errores
y algunas veces logramos aprender alguna
cosa de ellos.
De no haberse dado la serie de eventos en la
vida de nuestros protagonistas esta historia que cambiaria la vida de ambos no
habría existido.
Todo ocurrió hace tiempo, fue un inicio imprevisto, entre
millones de cosas que podrían suceder, entre millones de lugares en los que se
podría estar, entre todos aquellos eventos que pudieron evitarlo, una llamada
inesperada, una sola decisión distinta como caminar por una acera diferente,
sentarse en otro lugar, detenerse a comprar cualquier cosa, ser víctima de la
misma voluntad que a veces nos aleja de aquellos eventos, sin embargo aquella vez, por alguna razón más allá de lo
que se es posible comprender, cada paso, cada movimiento, nos llevó al mismo al
lugar y en el mismo momento.
“Destino” es una palabra en la que no siempre
he creído. Aun cuando es difícil
explicar cómo a través de una infinita gama de posibilidades, dos personas en
medio de este mundo caótico pueden
llegar a encontrarse. Algunos afirmaran que es la voluntad de Dios, pero yo
jamás lo he creído, me cuesta trabajo aceptar que soy tan solo un personaje más
dentro de un escenario donde alguien muy por encima de mi escribe como será
cada día de mi vida y lo que pase en ella. Aceptar tener la idea de que un ser
por muy divino que se le quiera creer manipula los hilos de mi vida, de verdad
que me molesta, no podría ser responsable de mis propios pensamientos, no me
importa cargar con mis errores, nadie ni Dios gobierna mi mente y mucho menos
mi corazón, acepto la responsabilidad de ser yo.
Es por eso que prefiero pensar que el mundo y
la vida de todos es una gran telaraña, en la que todos estamos conectados, una
red invisible de energía que nos permite comunicarnos de formas en que aun
estamos comprendiendo.
Con un poco de suerte y con los ojos bien abiertos, podremos darnos
cuenta de aquellos momentos exactos en que las conexiones invisibles armonizan
de tal forma en que la vida nos pone frente a nosotros algo llamado
oportunidades.
Yo tuve mucha suerte, al principio no tenía
los ojos tan abiertos o no quería abrirlos, por eso fui muy afortunado de que ella me encontrara a
mí. Así comienza esta historia con un
hombre y una mujer que milagrosamente
coinciden en el mismo parque, en la misma ciudad, a la misma hora, llevando en
el corazón una misma canción.
Ella que caminaba sin un rumbo, con la única
intención de perderse por unas horas y así evitar a cualquier persona que vivía
en su casa, solía hacer esas caminatas todas las mañanas, dado que todas las
mañanas se repetía la misma historia, por eso salía a caminar algunas veces
rumbo al centro y otras tomaba calles a la zar. Pero esta vez camino directamente
a la Iglesia de San Francisco en la esquina de su casa, paso por la pequeña
fuente y observo que las puertas de madera de la iglesia estaban abiertas, por
ellas cruzaban un grupo de monjas.
Estuvo a punto de sentarse a descansar un poco
en las butacas de la Iglesia de San Francisco, pero no lo hizo, como otras
veces lo había hecho. Continuo su caminata sobre la calle para pasar frente del ya muchas
veces recorrido museo de la fotografía.
Se detuvo un instante a contemplar la calle
empedrada que subía a la escuela de artes, antiguamente parte del monasterio de
la iglesia. Ella sabía que enfrente de la entrada de la escuela se encontraba
una vieja fuente, en la que hace mucho que ya no corría agua en ella. Era un
lugar hermosamente sereno, donde se puede escuchar con calma el sonido de las
hojas al ser mecidas con el viento de aquellos arboles viejos que rodeaban el
pequeño parque que solo contaba con 4 bancas de fierro y la pequeña fuente.
Por su mente había pasado la idea de detenerse
en aquel lugar, donde muy pocas veces había más de dos personas, posiblemente
porque las clases comenzaban por las tardes y ella siempre que se detenía para
sentarse en la fuente y ver las hojas bailar al ritmo que viento les tocaba,
había sido temprano.
Quizás tal vez sería porque a las personas les gusta el
bullicio, escuchar a otras personas, aun cuando sea a lo lejos, desconocidos
marchando, yendo y viniendo de un lugar a otro, caminando, corriendo, serios,
riendo, pasando unos a lados de otros,
sin conocerse, sin preguntarse ¿quienes serán?, ¿a donde irán?, tal vez esa
necesidad por juntarse todos en el mismo lugar aún amontonados, sea resultado de un sentimiento
profundo y desconocido, una necesidad tan antigua que lleva a las personas a
construir grandes ciudades, de preferir construir hacia el cielo gigantescos
condominios o casas tan pegadas unas de otras que a veces no te das cuenta
donde empiezan y terminan cada unas de ellas, con calles tan angostas como
quien intenta permanecer lo más cercano posible del vecino a pesar de que
pueden pasar años sin que se le conozca. Todo para satisfacer la necesidad de no sentiros completamente solos.
¿A quien le gusta sentirse solo?, por lo menos
ella pensaba a mi no, pero hace tiempo que me siento así, sola.
Aquella mañana siguió caminando, -solo un poco
más, al siguiente parque, se decía para si misma, seguramente habrá más gente, más ruido, pero la enorme posibilidad de encontrar a un hombre
vendiendo helados o algodón de azúcar,- se consoló-.
Por alguna razón inexplicable sintió la
necesidad de comer un algodón de azúcar, grande y rosado, hacía tiempo que no comía
un algodón de azúcar. Los había comido de niña, siempre que podía convencer a
su padre de comprarle uno y siempre había escogido el más grande y el más
rosado, aun cuando a la mayoría todos les parecerían iguales, ella tenía la
firme convicción de que había escogido de entre todas las nubes de azúcar de
colores que se elevaban en el mástil de madera, que el hombre que los vendía
sostenía con fuerza, de todos ellos, el suyo era el mejor de todos.
Anteriormente también le gustaba disfrutar de
aquel dulce pegajoso, en las ferias, pues se había convertido en una extraña
afición, sostener el brazo de su acompañante, saltar como cuando era niña y
decirle plenamente emocionada, como quien encuentra aquello que había estado
buscando todo el tiempo y por fin lo había encontrado, pero recordar aquello le
causaba tristeza, es por eso que de un tiempo atrás, había dejado de comerlos.
Sin embargo aquella mañana, por alguna razón
el gusanito en su panza se movió de tal forma que le pico el costado derecho de
la tripa, sacudió alguna glándula, de aquellas donde nace la saliva y sintió la
necesidad de ir más allá de la fuente y buscar un algodón de azúcar.
Al llegar frente a la entrada del parque
Hidalgo, se detuvo un momento para leer las palabras verdes que descansan en el
arco de fierro que se encuentra en la calle principal del parque, -Parque Hidalgo- leyó, ya lo había leído
antes, muchas veces, desde la primera vez que siendo niña había aprendiendo a
leer, había leído por si mima lo que en ellas se decía, desde entonces le
seguían pareciendo igual de hermosas. Como
siempre se preguntaba cómo habían hecho aquellos hombres que colocaron esas
palabras en el arco rodeado con adornos
de metal, pintados de verde, de que forma habían sido moldeadas aquellas
letras.
Sabía que en los tiempos actuales podría con suma
facilidad, a diferencia cuando era niña, sentarse por un momento frente a un
computador y buscar en el famoso internet, un video de como fundían esas
letras, pero no lo hacía, porque eso
rompería la magia, el misterio que le causaba al verlas, -a veces hay que dejar
que los magos guarden sus secretos y no preguntarles, porque de eso trata la
magia de misterios y secretos y existen cosas que deberían seguir siendo
mágicas para siempre- decía. A demás temía perder ese sentimiento de admiración
y asombro, que sentía al verlas y le permitía volver con su padre cuando era
una chiquilla y ella le decía ¡papá que bonitas letras!, por eso siempre
procuraba dejar intactas las cosas cuando ya en si son perfectas.
Entrando al parque, pudo ver entre los arboles
un balón de basquetbol, que volaba directamente al aro, pero no entraba y
volvía a intentarlo segundos después, debía pertenecer a un grupo de muchachos
que seguramente disfrutaban del lugar pero que no alcanzaba a ver, por estar en
un nivel ligeramente inferior la cancha donde estaban jugando, camino
directamente sin desviarse hasta el quiosco, era quiosco grande y cuadrado, de
tejas y láminas verdes, ella prefería
los redondos, pues se le hacían más lindos. Muy cerca de ahí pudo ver a un
hombre que caminaba despacio sosteniendo un palo enorme y en él se sostenían muchas
nubes de azúcar de varios colores, pudo distinguir al instante el más grande y el
más rosado de todos.
Complacida por su hallazgo, fue directamente
con hombre de los algodones de azúcar que se encontraba aun lado de los
columpios. Una vez con su meta conseguida, tomo el camino de regreso, pensando
en comerse aquel capricho en la fuente que había pasado de largo, pero de
pronto por pura casualidad vio una banca verde en medio de una de las pequeñas
callecitas del parque que le digo ven siéntate aquí y ella hiso caso, a de más
estaba un poco escondida y le pareció un buen lugar para disfrutar de aquel
manjar.
Estando ahí podía ver el reloj de flores que
se había detenido en el tiempo, pues hacía mucho que sus enormes manecillas se
habían quedado quietas a las cuatro y cuarto, podía ver algunas de las mesas de
piedra donde seguramente llegaban a comer los habitantes de la ciudad los fines
de semana con sus familias.
Fue en
ese lugar, donde escucho una canción que reconoció de inmediato, era la misma canción por la que había
derramado más de una lagrima en más de una noche, estuvo a paso de irse, no
deseaba revivir recuerdos tristes, incluso esos recuerdos podrían robarle el
sabor a algo tan dulce como aquel algodón de azúcar. Pero no lo hizo, en cambio
se levanto de la banca, estirando el
cuello lo más que pudo, motivada únicamente por una pizca de curiosidad
buscando el origen de aquella canción, era un sonido bajo, sin embargo en la
serenidad que habitaba en el parque a esa hora por la mañana le permitía
escucharlo con claridad.
Estaba segura que no había suficientes
personas para una fiesta o un convivio en el parque a de mas quien cargaría con
una pesada grabadora a esas horas hasta el parque a parte ese sonido era más
suave para venir de algo tan grande.
Después de un par de minutos de búsqueda,
logro identificar el objeto de cual provenía la música, la misma canción que se
repetía una y otra vez, era un celular que estaba conectado a dos pequeñas
bocinas cuadradas, rojas y negras, por un instante se sintió satisfecha, pensó
en irse de ahí pero nuevamente la asalto la curiosidad, esta vez incluso se
sintió sorprendida, pues ella se conocía curiosa, pero tenía un rato que no
sentía curiosidad por las personas, pero esta vez quería saber quién era el
dueño de ese aparato, y puso más atención, esta vez en el paisaje completo,
pues hasta ahora solo había centrado su concentración en buscar la fuente de la
canción que podía escuchar desde su lugar y pudo ver que un hombre que sentado sobre la banca de
concreto que hacia juego con la mesa de concreto igual en la que se encontraba
aquel celular con sus bocinas, era un hombre, que vestía una gabardina negra,
con playera negra, pantalón de mezclilla negra que sobre salía por debajo de la
larga gabardina, usaba botas negras, guantes de piel que dejaban desnudos parte
de sus dedos, de cabello corto, pero lo más extraño de aquel hombre era que
tenia parte del rostro cubierto por un cubre bocas blanco, que resaltaba como
punto en toda su vestimenta de un solo color completamente oscuro.
Fue una mirada rápida, donde aquel hombre le
pareció una fotografía que el corazón guarda como recuerdos y a veces la mente
pierde el hilo de la historia, pues por un segundo quiso correr pensando que había
visto a alguien que hace tiempo, mucho tiempo no veía, pero antes de dar el
primer paso la realidad, la detuvo, recordándole que aquello no podía ser de
ninguna forma, su pecho se apretujo como una ciruela que se sostiene sin
cuidado entre las manos. Quiso darse la vuelta he irse, pero en lugar de eso
volvió a sentarse en la banca, se limpio una pequeña lagrima que quiso
escaparse de sus parpados, dio un gran suspiro, miro con nostalgia su rosado y
azucarado algodón, le dio una triste sonrisa y cerró los ojos, para dejarse
llevar por la canción que seguía repitiéndose.
Pensaba en irse en cuanto se terminara su
golosina, pero sin darse cuenta se encontraba sentada en la orilla de la banca,
mirando de lado para poder de esta manera evitar los arboles que le impedían
ver a aquella persona que sin saberlo, le había robado una lagrima, reviviendo
en ella recuerdos que no podía dejar atrás. Fue entonces que pudo ver a aquel
hombre con más calma y pudo darse cuenta que a demás del celular y sus bocinas,
tenía una libreta sobre la mesa, un par de lápices y plumas que cambiaba con
frecuencia paseándolas entre sus manos, pues no parecía escribir mucho, pero si
desviaba su mirada continuamente a la cresta de los arboles, a veces giraba la
cabeza mirándolos todos los que podía ver desde aquella banca sentado, otras
veces simplemente su mirada quedaba fija en un solo lugar pero siempre mirando
a lo alto, de repente miraba la libreta, descansaba su cabeza sobre su mano
derecha que sostenía el lápiz o la pluma y escribía algo, escribía rápido y
daba vuelta a la hoja, y rápido como había comenzado volvía a detenerse,
regresaba la hoja, leía y miraba sin mantener la mirada demasiado tiempo en una
sola cosa, sumergido en su mundo, desentendido
de las personas que pasaban de vez en
vez cercas de él y lo miraban como se mira a un bicho raro.
¿Por qué?, quizás ni ella lo sabía aun, pero
aquel día se vio sorprendida por segunda vez en el mismo día, algo
completamente fuera de lo normal y de su rutina, se descubrió a sí misma
pensando que es lo que aquella persona se encuentra escribiendo y con tanto
desapego del mundo con aquel aire de desinterés
y al mismo tiempo del que se respiraba una extraña melancolía.
Curiosa se levanto, caminado despacio, sus
pies se movían por sí mismos, impulsada por una fuerza desconocida,
respondiendo a un llamado indescriptible,
el corazón le latía con fuerza, resonando en todo su cuerpo, podía
sentir su pulso golpeando sus muñecas, su cuello su alma inquieta, nunca antes
había hecho algo parecido, camino directo a aquella persona, que a primera
vista, parecería incluso peligroso, pero algo le decía que peligroso no era,
pero quizás si extraño, más extraño que cualquier otra cosa.
Al verse frente a él, del otro lado de la mesa
que los separaba, pudo notar que él seguía mirando a la nada y parecía que él no la había notado, tratando de parecer más alegre y vivas de lo
que sentía que era en realidad, respiro profundamente, llenando sus pulmones de
oxigeno y valor, abrió sus labios
dirigiéndose al chico frente a ella, hablándole por vez primera diciéndole -¡Hola!-
tan efusivo, fuerte y claro que sería imposible no escucharlo a otras bancas a
la redonda. El inmediatamente regreso de donde andaba y la miro inmediatamente.
El por su parte, había llegado a ese lugar por
la más mera casualidad. Aquel día al despertarse, de madrugada, dando vueltas
por la cama, no se hubiera imaginado que terminaría sentado en una banca de
concreto, con su libreta, sus lápices y plumas a un costado del reloj de flores
en aquel parque.
Cuando el sol salió aquella mañana y la luz
comenzó a entrar por su ventana, pareciera un día como todos, sabía que ahora
sería más difícil conciliar el sueño, con todos los vecinos saliendo en sus
autos, los niños corriendo por la banqueta para ir a la escuela y los vecinos
que prendían sus aparatos de música, para comenzar sus labores diarias.
El no tenía a donde ir, cada mañana era lo
mismo, se paraba algunas veces más temprano y otras veces al medio día, no
tenía nada urgente que hacer y ninguna razón para salir, solía comprar todo lo
que necesitaba en una sola tarde cada quince días, el teléfono jamás sonaba,
pero lo mantenía por si alguna vez fuese necesario, algo que no había ocurrido.
Lo más cercano a un saludo era colocar un
mensaje, alguna idea que le recorriera la mente súbitamente, escribirla y
subirla a una red social, que estaba llena de amigos que jamás había conocido,
pero que eran su contacto más cercano con otras personas, no era una persona
amargada, él había decidido hace tiempo permanecer solo, aun cuando no es
posible estar completamente solo, se refugió en la red, entre foros, redes
sociales y muy poco en alguna sala de charla.
Pero aquel día, después de bañarse y observar
la cafetera mientras se llenaba despacio, vio las paredes de su casa, los porta
retratos vacíos y se sintió incomodo, como cuando llevas demasiado tiempo con
la misma ropa, como quien despierta un día y decide cambiar el color de su
casa, su corte de cabello, pero sobre todo se observo y no se encontraba en
ninguna parte, sintió la necesidad de
salir, de caminar un rato sin rumbo, así que tomo su mochila, guardo su
libreta, hecho algunos lápices y plumas, guardo un poco de café en un pequeño
termo plateado, termino de cambiarse, se coloco su indispensable cubre bocas y
salió a la calle, sin tener idea de a donde ir.
Camino despacio pensando a donde podría
dirigir sus pasos, trato de tomar un
taxi, que circulaban a unos metros de donde él estaba, parecía no estar de
suerte, el primero un hombre vestido con un traje gris se lo gano, pues estaba
más cercas que él, el segundo ni siquiera volteo a verlo, el taxista estaba más
atento, de las calles contrarias, a la
de donde el venia caminando, el tercer taxi se lo cedió a una mujer que corría
con sus 2 hijos que por su forma de correr ya se les había hecho tarde para
llegar a la escuela, los niños cargaban dos enormes mochilas que seguramente
pesaban lo mismo que ellos o un poco más, el detuvo el taxi, puso la atención
necesaria para lograr ver a la mujer que
corría con la mano levantada gritando
¡taxi!, ¡taxi!, el no subió, espero a que la mujer llegara, y le dijo suba
señora yo espero el siguiente, la mujer reponiendo el aliento y volviendo a su
color natural, le dijo –gracias joven, ya se me hiso bien tarde- subió a sus
hijos y se fue.
Entonces pudo ver como aparecía el autobús,
dando vuelta a cinco cuadras de distancia y que pasaría justo por donde él se
encontraba, así que pensó que no podía haber nada mejor que un autobús para una
persona que viaja sin rumbo fijo, le hiso la parada y se subió sin pensar en
donde podría bajarse.
Se sentó de lado de la ventana derecha casi al final muy
cercas de la puerta, le gustaba mirar por la ventana como la gente subía y
bajaba, para ir al mercado, a la escuela, al trabajo o quien sabe donde más.
Cambio de compañero de asiento dos veces, vio
las plazas comerciales pasar y no sintió ganas de bajarse, al llegar a una
vieja avenida conocida, por las muchas veces que anteriormente le gusto para
caminar por ella, pero esta vez no se sintió motivado, no tenia deseos de ver los puestos
que desfilaban en todo lo largo, por un momento pensó que había sido mala idea
haber salido así a la ligera, pensó que quizás si se hubiera sentado a tomar el
café, esas ansias de salir se habrían calmado, pensó por un momento en la idea
de volver, pues se sentía cansado como para caminar por un largo rato, pero de
pronto vio a una mujer con un mandil azul a cuadros, una camisa roja abajo del
mandil, con una enorme trenza que sostenía su cabello gris y blanco, parada en la esquina de una calle con una olla
de acero inoxidable y un anafre, estaba vendiendo tamales.
Se paro tan rápido como pudo, pidió permiso a
los demás pasajeros y fácilmente llego a la bajada trasera, toco el timbre y se
bajo del autobús, tubo que caminar una cuadra de regreso para llegar a donde se
encontraba aquella mujer, que por su aspecto y su edad, debía tener maestría en
el arte prehispánico de preparar masa de maíz amasándola con manteca de cerdo,
ponerla en una hoja seca de elote, ponerle algún guisado o azúcar y coserlo en
una olla vaporara, un arte culinario llamado tamal o por lo menos eso supuso
el.
El aroma de los tamales, entro por sus
pulmones a pesar del cubre bocas blanco y rígido que cubría su nariz y su boca,
desde el momento en que vio a la tamalera desde el vidrio del autobús, sabía
exactamente que tamal quería, un tamal de dulce, un tamal de color rosado con
azúcar y pasas, aun que le gustaban todos los demás esta vez por alguna razón el
gusanito dentro de su estomago le pico el lado izquierdo donde guarda los
antojos dulces.
Pidió su antojo para llevar, por eso se lo
dieron en un pedazo de papel estraza y una bolsa de plástico trasparente, lo
siguiente que pensó fue ¿dónde podría comerse aquel súbito antojo y beber el
café que traía consigo en su termo plateado?, miro a su alrededor y se dio cuenta que se
encontraba a unos metros de dos parques conocidos así que pensó que podía
caminar a uno de ellos, de momento quería llegar al Parque Pasteur, que tenía
un quiosco redondo en el centro y que era menos popular que su hermano que
estaba más cercano por pocos metros, el parque Hidalgo, que tenía un quiosco
cuadrado, que para su gusto que aun siendo más grande era demasiado simple, él
prefería los redondos se le hacían más interesantes.
Cuando caminaba rumbo al parque de su
elección, paso frente del Parque Hidalgo, se quedo parado en la esquina y pudo
ver las canchas de básquetbol y a los muchachos y muchachas jugando, entonces
recordó, las veces que él había jugado en esas mismas canchas, sudando la
playera, enseñando a alguna amiga lo que el
aprendido luego de muchos años de práctica pero que ahora ya no podía
jugar más, un recuerdo lo llevo a otro y de pronto recordó el viejo reloj de
flores, se pregunto si seguía funcionando y decidió ir a averiguarlo.
Al llegar al reloj, pudo ver que aun tenia
flores blancas en la cara del reloj, que el césped verde seguía igual de verde
que la última vez que lo visito, pero que su tiempo se había detenido a las
cuatro y cuarto, se pregunto para sí mismo, si eran las cuatro y cuarto de la
tarde o las cuatro y cuarto de la mañana, sentía que una parte de la magia de
aquel lugar se encontraba dormido como lo hacia el viejo reloj, pero aun
quedaba un misterio cual fue la ultima hora que marco.
Vio una mesa con bancas de concreto, que aun
que había otras tres más cercanas, aquella le pareció que los pequeños rayos de
sol que alcanzaban a entrar entra las copas de los arboles la hacían más cálida que el resto, así que sentó en
ella, saco su café de la mochila y su tamal de la bolsa y comenzó a comérselo
con la pequeña cuchara azul de plástico que le habían dado al momento de
comprarlo al terminar recordó sonriendo por debajo de su cubre bocas, que cuando era niño
solo comía tamales de dulce y que alguna vez se pregunto por su color, pero
había llegado a la conclusión de que ese color rosa, era el mejor que podían
tener.
Mientras disfrutaba de su desayuno, escucho a
los pájaros volar entre las copas de los arboles por encima de él, miro arriba
y observo como la copa de los árboles se mecían con un viento ligero, los
pajaritos volaban libres de rama en rama, el sol acariciando los hojas verdes
ágilmente se escabullía entre ellas para llegar a donde él estaba.
Fue en ese momento en que sintió la necesidad
de sacar su libreta, sus plumas y escribir, algo, lo que sea, no tenía ninguna
idea de lo que podía comenzar a escribir y mientras observaba la copa de los
arboles decidió sacar su celular fue entonces que se percato que había olvidado
los audífonos, pero había traído las pequeñas bocinas negras portátiles de pila,
siempre le habían dicho que cargaba con cosas demás, pero jamás hacia caso,
esta vez esa carga extra le darían un concierto personal sentado en la banca de
concreto escribiendo en una mesa del parque Hidalgo.
Coloco el celular en la mesa, le conecto las
bocinas y recordó que solo le había cargado una sola canción, pero no le
molesto, era precisamente esa canción la que quería escuchar, era la canción que le traía recuerdos tristes
pero ahora solo tenía eso, recuerdos tristes.
Sentado en ese lugar, mirando los arboles de
momento imprevisto le venía algo al centro del pecho un dolor tan agudo como
una aguja que se entierra despacio directo al corazón y escribía, cuando
terminaba leía, pensaba y volvía a mirar a lo alto, sabía que algunas veces
alguien lo miraba mientras pasaban a su lado, pero no le importaba. Fue en una
de esas excursiones al paisaje, donde pudo ver por mera casualidad, a una
persona que pasaba entre los arboles con pantalón de mezclilla azul y camisa
café, no la vio con mucha claridad, lo que si vio fue un algodón de azúcar
rosado, lo que le hizo preguntarse -¿a qué niño le compran tan temprano un
algodón de azúcar?- pero recordó su desayuno y se dijo -bueno lo mío fue casi
lo mismo-, y regreso a las copas de los árboles.
Cuando más sumergido estaba entre las copas y
su libreta, vio a una mujer sentada en la orilla de una banca, que parecía
mirar a donde él estaba, -debe estar esperando a alguien seguramente- pensó,
observo que vestía un pantalón de mezclilla azul y una playera café, esta vez
distinguió que la adornaban estampados geométricos en distintos tonos de café,
que las mangas eran de tres cuartos, cuello ancho y era holgada sin ser demasiado floja, pudo
darse cuenta que aquella muchacha, de cabello castaño oscuro lucia un peinado en
cola de caballo, con un pequeño fleco de lado que le daba un aire fresco junto
a su piel trigueña, pero no quiso mirar más, por al que hacerlo podría comenzar
hacerse preguntas, que jamás tendrían respuesta, como su nombre o tan
importante como su nombre si era ella la que desayuno algodón de azúcar, pues
sería gracioso que así fuera.
Con la mirada desviada a propósito, observaba
las hojas que se habían caído de los árboles, las pequeñas piñas de color café
que le daban un aire de naturaleza al frío suelo de cemento, perdido en sus
divagaciones, tratando de olvidar las colas de caballo y el algodón de azúcar,
fue sorprendido de improviso, cuando una voz con un tono alegre y efusivo le
dijo -¡Hola!- un poco desconcertado, como quien es despertado a medio sueño,
volteo y vio que la chica aquella de la cola de caballo, la del posible algodón
de azúcar, estaba frente a él y había venido a saludarlo y solo supo contestar,-
Hola-, de la misma forma pero sin ser tan efusivo, tratando de ocultar su
repentina sorpresa.