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lunes, 27 de julio de 2015

ENTRE LA TIERRA Y EL CIELO Cap 1

ENTRE LA TIERRA Y EL CIELO


NO CREO EN EL DESTINO
Y SIN EMBARGO NOS ENCONTRAMOS

CAPITULO UNO
ENCUENTROS


Algunas veces para que la historia comience es necesario que otras sean escritas antes de la historia principal. La vida es un camino lleno de historias, cuentos y leyendas, que abren y cierra cada capitulo en nuestras vidas, así mientras unas terminan y otras comienzan, incluso cuando estamos completamente seguros de que nuestra historia a terminado o nos esforcemos por no volver a escribir en la bitácora del alma nuevos cuentos, relatos o leyendas, a veces nuestra propia historia tiene mucho más para ser escrita.

Somos el resultado de todas esas historias, de cada evento y cada decisión que vamos tomando, sobre vivimos a nuestros errores y algunas veces logramos  aprender alguna cosa de ellos.
De no haberse dado la serie de eventos en la vida de nuestros protagonistas esta historia que cambiaria la vida de ambos no habría existido.   

Todo ocurrió  hace  tiempo, fue un inicio imprevisto, entre millones de cosas que podrían suceder, entre millones de lugares en los que se podría estar, entre todos aquellos eventos que pudieron evitarlo, una llamada inesperada, una sola decisión distinta como caminar por una acera diferente, sentarse en otro lugar, detenerse a comprar cualquier cosa, ser víctima de la misma voluntad que a veces nos aleja de aquellos eventos, sin embargo  aquella vez, por alguna razón más allá de lo que se es posible comprender, cada paso, cada movimiento, nos llevó al mismo al lugar y en el mismo momento. 
“Destino” es una palabra en la que no siempre he creído.  Aun cuando es difícil explicar cómo a través de una infinita gama de posibilidades, dos personas en medio de este mundo caótico  pueden llegar a encontrarse. Algunos afirmaran que es la voluntad de Dios, pero yo jamás lo he creído, me cuesta trabajo aceptar que soy tan solo un personaje más dentro de un escenario donde alguien muy por encima de mi escribe como será cada día de mi vida y lo que pase en ella. Aceptar tener la idea de que un ser por muy divino que se le quiera creer manipula los hilos de mi vida, de verdad que me molesta, no podría ser responsable de mis propios pensamientos, no me importa cargar con mis errores, nadie ni Dios gobierna mi mente y mucho menos mi corazón, acepto la responsabilidad de ser yo.

Es por eso que prefiero pensar que el mundo y la vida de todos es una gran telaraña, en la que todos estamos conectados, una red invisible de energía que nos permite comunicarnos de formas en que aun estamos comprendiendo.  

Con un poco de suerte  y con los ojos bien abiertos, podremos darnos cuenta de aquellos momentos exactos en que las conexiones invisibles armonizan de tal forma en que la vida nos pone frente a nosotros algo llamado oportunidades.

Yo tuve mucha suerte, al principio no tenía los ojos tan abiertos o no quería abrirlos, por eso  fui muy afortunado de que ella me encontrara a mí.  Así comienza esta historia con un hombre y  una mujer que milagrosamente coinciden en el mismo parque, en la misma ciudad, a la misma hora, llevando en el corazón una misma canción.

Ella que caminaba sin un rumbo, con la única intención de perderse por unas horas y así evitar a cualquier persona que vivía en su casa, solía hacer esas caminatas todas las mañanas, dado que todas las mañanas se repetía la misma historia, por eso salía a caminar algunas veces rumbo al centro y otras tomaba calles a la zar. Pero esta vez camino directamente a la Iglesia de San Francisco en la esquina de su casa, paso por la pequeña fuente y observo que las puertas de madera de la iglesia estaban abiertas, por ellas cruzaban un grupo de monjas.

Estuvo a punto de sentarse a descansar un poco en las butacas de la Iglesia de San Francisco, pero no lo hizo, como otras veces lo había hecho. Continuo su caminata sobre  la calle para pasar frente del ya muchas veces recorrido museo de la fotografía.
Se detuvo un instante a contemplar la calle empedrada que subía a la escuela de artes, antiguamente parte del monasterio de la iglesia. Ella sabía que enfrente de la entrada de la escuela se encontraba una vieja fuente, en la que hace mucho que ya no corría agua en ella. Era un lugar hermosamente sereno, donde se puede escuchar con calma el sonido de las hojas al ser mecidas con el viento de aquellos arboles viejos que rodeaban el pequeño parque que solo contaba con 4 bancas de fierro y la pequeña fuente.

Por su mente había pasado la idea de detenerse en aquel lugar, donde muy pocas veces había más de dos personas, posiblemente porque las clases comenzaban por las tardes y ella siempre que se detenía para sentarse en la fuente y ver las hojas bailar al ritmo que viento les tocaba, había sido temprano. 

Quizás tal vez sería porque a las personas les gusta el bullicio, escuchar a otras personas, aun cuando sea a lo lejos, desconocidos marchando, yendo y viniendo de un lugar a otro, caminando, corriendo, serios, riendo, pasando  unos a lados de otros, sin conocerse, sin preguntarse ¿quienes serán?, ¿a donde irán?, tal vez esa necesidad por juntarse todos en el mismo lugar aún  amontonados, sea resultado de un sentimiento profundo y desconocido, una necesidad tan antigua que lleva a las personas a construir grandes ciudades, de preferir construir hacia el cielo gigantescos condominios o casas tan pegadas unas de otras que a veces no te das cuenta donde empiezan y terminan cada unas de ellas, con calles tan angostas como quien intenta permanecer lo más cercano posible del vecino a pesar de que pueden pasar años sin que se le conozca. Todo para satisfacer la necesidad  de no sentiros completamente solos.

¿A quien le gusta sentirse solo?, por lo menos ella pensaba a mi no, pero hace tiempo que me siento así, sola.

Aquella mañana siguió caminando, -solo un poco más, al siguiente parque, se decía para si misma,  seguramente habrá más gente, más ruido, pero  la enorme posibilidad de encontrar a un hombre vendiendo helados o algodón de azúcar,- se consoló-.  

Por alguna razón inexplicable sintió la necesidad de comer un algodón de azúcar, grande y rosado, hacía tiempo que no comía un algodón de azúcar. Los había comido de niña, siempre que podía convencer a su padre de comprarle uno y siempre había escogido el más grande y el más rosado, aun cuando a la mayoría todos les parecerían iguales, ella tenía la firme convicción de que había escogido de entre todas las nubes de azúcar de colores que se elevaban en el mástil de madera, que el hombre que los vendía sostenía con fuerza, de todos ellos, el suyo era el mejor de todos.

Anteriormente también le gustaba disfrutar de aquel dulce pegajoso, en las ferias, pues se había convertido en una extraña afición, sostener el brazo de su acompañante, saltar como cuando era niña y decirle plenamente emocionada, como quien encuentra aquello que había estado buscando todo el tiempo y por fin lo había encontrado, pero recordar aquello le causaba tristeza, es por eso que de un tiempo atrás, había dejado de comerlos.

Sin embargo aquella mañana, por alguna razón el gusanito en su panza se movió de tal forma que le pico el costado derecho de la tripa, sacudió alguna glándula, de aquellas donde nace la saliva y sintió la necesidad de ir más allá de la fuente y buscar un algodón de azúcar.

Al llegar frente a la entrada del parque Hidalgo, se detuvo un momento para leer las palabras verdes que descansan en el arco de fierro que se encuentra en la calle principal del parque,      -Parque Hidalgo- leyó, ya lo había leído antes, muchas veces, desde la primera vez que siendo niña había aprendiendo a leer, había leído por si mima lo que en ellas se decía, desde entonces le seguían pareciendo igual de hermosas.  Como siempre se preguntaba cómo habían hecho aquellos hombres que colocaron esas palabras en el arco  rodeado con adornos de metal, pintados de verde, de que forma habían sido moldeadas aquellas letras.

Sabía que en los tiempos actuales podría con suma facilidad, a diferencia cuando era niña, sentarse por un momento frente a un computador y buscar en el famoso internet, un video de como fundían esas letras, pero no lo hacía,  porque eso rompería la magia, el misterio que le causaba al verlas, -a veces hay que dejar que los magos guarden sus secretos y no preguntarles, porque de eso trata la magia de misterios y secretos y existen cosas que deberían seguir siendo mágicas para siempre- decía. A demás temía perder ese sentimiento de admiración y asombro, que sentía al verlas y le permitía volver con su padre cuando era una chiquilla y ella le decía ¡papá que bonitas letras!, por eso siempre procuraba dejar intactas las cosas cuando ya en si son perfectas. 

Entrando al parque, pudo ver entre los arboles un balón de basquetbol, que volaba directamente al aro, pero no entraba y volvía a intentarlo segundos después, debía pertenecer a un grupo de muchachos que seguramente disfrutaban del lugar pero que no alcanzaba a ver, por estar en un nivel ligeramente inferior la cancha donde estaban jugando, camino directamente sin desviarse hasta el quiosco, era quiosco grande y cuadrado, de tejas y láminas verdes,  ella prefería los redondos, pues se le hacían más lindos. Muy cerca de ahí pudo ver a un hombre que caminaba despacio sosteniendo un palo enorme y en él se sostenían muchas nubes de azúcar de varios  colores,  pudo distinguir al instante el más grande y el más rosado de todos.

Complacida por su hallazgo, fue directamente con hombre de los algodones de azúcar que se encontraba aun lado de los columpios. Una vez con su meta conseguida, tomo el camino de regreso, pensando en comerse aquel capricho en la fuente que había pasado de largo, pero de pronto por pura casualidad vio una banca verde en medio de una de las pequeñas callecitas del parque que le digo ven siéntate aquí y ella hiso caso, a de más estaba un poco escondida y le pareció un buen lugar para disfrutar de aquel manjar.  

Estando ahí podía ver el reloj de flores que se había detenido en el tiempo, pues hacía mucho que sus enormes manecillas se habían quedado quietas a las cuatro y cuarto, podía ver algunas de las mesas de piedra donde seguramente llegaban a comer los habitantes de la ciudad los fines de semana con sus familias.

 Fue en ese lugar, donde escucho una canción que reconoció de inmediato,  era la misma canción por la que había derramado más de una lagrima en más de una noche, estuvo a paso de irse, no deseaba  revivir recuerdos tristes,  incluso esos recuerdos podrían robarle el sabor a algo tan dulce como aquel algodón de azúcar. Pero no lo hizo, en cambio  se levanto de la banca, estirando el cuello lo más que pudo, motivada únicamente por una pizca de curiosidad buscando el origen de aquella canción,  era un sonido bajo, sin embargo en la serenidad que habitaba en el parque a esa hora por la mañana le permitía escucharlo con claridad.

Estaba segura que no había suficientes personas para una fiesta o un convivio en el parque a de mas quien cargaría con una pesada grabadora a esas horas hasta el parque a parte ese sonido era más suave para venir de algo tan grande.

Después de un par de minutos de búsqueda, logro identificar el objeto de cual provenía la música, la misma canción que se repetía una y otra vez, era un celular que estaba conectado a dos pequeñas bocinas cuadradas, rojas y negras, por un instante se sintió satisfecha, pensó en irse de ahí pero nuevamente la asalto la curiosidad, esta vez incluso se sintió sorprendida, pues ella se conocía curiosa, pero tenía un rato que no sentía curiosidad por las personas, pero esta vez quería saber quién era el dueño de ese aparato, y puso más atención, esta vez en el paisaje completo, pues hasta ahora solo había centrado su concentración en buscar la fuente de la canción que podía escuchar desde su lugar y pudo ver que  un hombre que sentado sobre la banca de concreto que hacia juego con la mesa de concreto igual en la que se encontraba aquel celular con sus bocinas, era un hombre, que vestía una gabardina negra, con playera negra, pantalón de mezclilla negra que sobre salía por debajo de la larga gabardina, usaba botas negras, guantes de piel que dejaban desnudos parte de sus dedos, de cabello corto, pero lo más extraño de aquel hombre era que tenia parte del rostro cubierto por un cubre bocas blanco, que resaltaba como punto en toda su vestimenta de un solo color completamente oscuro.

Fue una mirada rápida, donde aquel hombre le pareció una fotografía que el corazón guarda como recuerdos y a veces la mente pierde el hilo de la historia, pues por un segundo quiso correr pensando que había visto a alguien que hace tiempo, mucho tiempo no veía, pero antes de dar el primer paso la realidad, la detuvo, recordándole que aquello no podía ser de ninguna forma, su pecho se apretujo como una ciruela que se sostiene sin cuidado entre las manos. Quiso darse la vuelta he irse, pero en lugar de eso volvió a sentarse en la banca, se limpio una pequeña lagrima que quiso escaparse de sus parpados, dio un gran suspiro, miro con nostalgia su rosado y azucarado algodón, le dio una triste sonrisa y cerró los ojos, para dejarse llevar por la canción que seguía repitiéndose.

Pensaba en irse en cuanto se terminara su golosina, pero sin darse cuenta se encontraba sentada en la orilla de la banca, mirando de lado para poder de esta manera evitar los arboles que le impedían ver a aquella persona que sin saberlo, le había robado una lagrima, reviviendo en ella recuerdos que no podía dejar atrás. Fue entonces que pudo ver a aquel hombre con más calma y pudo darse cuenta que a demás del celular y sus bocinas, tenía una libreta sobre la mesa, un par de lápices y plumas que cambiaba con frecuencia paseándolas entre sus manos, pues no parecía escribir mucho, pero si desviaba su mirada continuamente a la cresta de los arboles, a veces giraba la cabeza mirándolos todos los que podía ver desde aquella banca sentado, otras veces simplemente su mirada quedaba fija en un solo lugar pero siempre mirando a lo alto, de repente miraba la libreta, descansaba su cabeza sobre su mano derecha que sostenía el lápiz o la pluma y escribía algo, escribía rápido y daba vuelta a la hoja, y rápido como había comenzado volvía a detenerse, regresaba la hoja, leía y miraba sin mantener la mirada demasiado tiempo en una sola cosa, sumergido en su mundo,  desentendido  de las personas que pasaban de vez en vez cercas de él y lo miraban como se mira a un bicho raro.
¿Por qué?, quizás ni ella lo sabía aun, pero aquel día se vio sorprendida por segunda vez en el mismo día, algo completamente fuera de lo normal y de su rutina, se descubrió a sí misma pensando que es lo que aquella persona se encuentra escribiendo y con tanto desapego del mundo con aquel aire de desinterés  y al mismo tiempo del que se respiraba una extraña melancolía.

Curiosa se levanto, caminado despacio, sus pies se movían por sí mismos, impulsada por una fuerza desconocida, respondiendo a un llamado indescriptible,  el corazón le latía con fuerza, resonando en todo su cuerpo, podía sentir su pulso golpeando sus muñecas, su cuello su alma inquieta, nunca antes había hecho algo parecido, camino directo a aquella persona, que a primera vista, parecería incluso peligroso, pero algo le decía que peligroso no era, pero quizás si extraño, más extraño que cualquier otra cosa.

Al verse frente a él, del otro lado de la mesa que los separaba, pudo notar que él seguía mirando a la nada y parecía que  él no la había notado,  tratando de parecer más alegre y vivas de lo que sentía que era en realidad, respiro profundamente, llenando sus pulmones de oxigeno y valor,  abrió sus labios dirigiéndose al chico frente a ella, hablándole por vez primera diciéndole -¡Hola!- tan efusivo, fuerte y claro que sería imposible no escucharlo a otras bancas a la redonda. El inmediatamente regreso de donde andaba y la miro inmediatamente.

El por su parte, había llegado a ese lugar por la más mera casualidad. Aquel día al despertarse, de madrugada, dando vueltas por la cama, no se hubiera imaginado que terminaría sentado en una banca de concreto, con su libreta, sus lápices y plumas a un costado del reloj de flores en aquel parque.

Cuando el sol salió aquella mañana y la luz comenzó a entrar por su ventana, pareciera un día como todos, sabía que ahora sería más difícil conciliar el sueño, con todos los vecinos saliendo en sus autos, los niños corriendo por la banqueta para ir a la escuela y los vecinos que prendían sus aparatos de música, para comenzar sus labores diarias.

El no tenía a donde ir, cada mañana era lo mismo, se paraba algunas veces más temprano y otras veces al medio día, no tenía nada urgente que hacer y ninguna razón para salir, solía comprar todo lo que necesitaba en una sola tarde cada quince días, el teléfono jamás sonaba, pero lo mantenía por si alguna vez fuese necesario, algo que no había ocurrido.

Lo más cercano a un saludo era colocar un mensaje, alguna idea que le recorriera la mente súbitamente, escribirla y subirla a una red social, que estaba llena de amigos que jamás había conocido, pero que eran su contacto más cercano con otras personas, no era una persona amargada, él había decidido hace tiempo permanecer solo, aun cuando no es posible estar completamente solo, se refugió en la red, entre foros, redes sociales y muy poco en alguna sala de charla.

Pero aquel día, después de bañarse y observar la cafetera mientras se llenaba despacio, vio las paredes de su casa, los porta retratos vacíos y se sintió incomodo, como cuando llevas demasiado tiempo con la misma ropa, como quien despierta un día y decide cambiar el color de su casa, su corte de cabello, pero sobre todo se observo y no se encontraba en ninguna parte,  sintió la necesidad de salir, de caminar un rato sin rumbo, así que tomo su mochila, guardo su libreta, hecho algunos lápices y plumas, guardo un poco de café en un pequeño termo plateado, termino de cambiarse, se coloco su indispensable cubre bocas y salió a la calle, sin tener idea de a donde ir.

Camino despacio pensando a donde podría dirigir sus pasos,  trato de tomar un taxi, que circulaban a unos metros de donde él estaba, parecía no estar de suerte, el primero un hombre vestido con un traje gris se lo gano, pues estaba más cercas que él, el segundo ni siquiera volteo a verlo, el taxista estaba más atento,  de las calles contrarias, a la de donde el venia caminando, el tercer taxi se lo cedió a una mujer que corría con sus 2 hijos que por su forma de correr ya se les había hecho tarde para llegar a la escuela, los niños cargaban dos enormes mochilas que seguramente pesaban lo mismo que ellos o un poco más, el detuvo el taxi, puso la atención necesaria para lograr  ver a la mujer que corría con la mano levantada  gritando ¡taxi!, ¡taxi!, el no subió, espero a que la mujer llegara, y le dijo suba señora yo espero el siguiente, la mujer reponiendo el aliento y volviendo a su color natural, le dijo –gracias joven, ya se me hiso bien tarde- subió a sus hijos y se fue.

Entonces pudo ver como aparecía el autobús, dando vuelta a cinco cuadras de distancia y que pasaría justo por donde él se encontraba, así que pensó que no podía haber nada mejor que un autobús para una persona que viaja sin rumbo fijo, le hiso la parada y se subió sin pensar en donde podría bajarse. 
Se sentó de lado de la ventana derecha casi al final muy cercas de la puerta, le gustaba mirar por la ventana como la gente subía y bajaba, para ir al mercado, a la escuela, al trabajo o quien sabe donde más.

Cambio de compañero de asiento dos veces, vio las plazas comerciales pasar y no sintió ganas de bajarse, al llegar a una vieja avenida conocida, por las muchas veces que anteriormente le gusto para caminar por ella, pero esta vez no se sintió  motivado, no tenia deseos de ver los puestos que desfilaban en todo lo largo, por un momento pensó que había sido mala idea haber salido así a la ligera, pensó que quizás si se hubiera sentado a tomar el café, esas ansias de salir se habrían calmado, pensó por un momento en la idea de volver, pues se sentía cansado como para caminar por un largo rato, pero de pronto vio a una mujer con un mandil azul a cuadros, una camisa roja abajo del mandil, con una enorme trenza que sostenía su cabello gris y blanco,  parada en la esquina de una calle con una olla de acero inoxidable y un anafre, estaba vendiendo tamales.

Se paro tan rápido como pudo, pidió permiso a los demás pasajeros y fácilmente llego a la bajada trasera, toco el timbre y se bajo del autobús, tubo que caminar una cuadra de regreso para llegar a donde se encontraba aquella mujer, que por su aspecto y su edad, debía tener maestría en el arte prehispánico de preparar masa de maíz amasándola con manteca de cerdo, ponerla en una hoja seca de elote, ponerle algún guisado o azúcar y coserlo en una olla vaporara, un arte culinario llamado tamal o por lo menos eso supuso el.

El aroma de los tamales, entro por sus pulmones a pesar del cubre bocas blanco y rígido que cubría su nariz y su boca, desde el momento en que vio a la tamalera desde el vidrio del autobús, sabía exactamente que tamal quería, un tamal de dulce, un tamal de color rosado con azúcar y pasas, aun que le gustaban todos los demás esta vez por alguna razón el gusanito dentro de su estomago le pico el lado izquierdo donde guarda los antojos dulces.

Pidió su antojo para llevar, por eso se lo dieron en un pedazo de papel estraza y una bolsa de plástico trasparente, lo siguiente que pensó fue ¿dónde podría comerse aquel súbito antojo y beber el café que traía consigo en su termo plateado?,  miro a su alrededor y se dio cuenta que se encontraba a unos metros de dos parques conocidos así que pensó que podía caminar a uno de ellos, de momento quería llegar al Parque Pasteur, que tenía un quiosco redondo en el centro y que era menos popular que su hermano que estaba más cercano por pocos metros, el parque Hidalgo, que tenía un quiosco cuadrado, que para su gusto que aun siendo más grande era demasiado simple, él prefería los redondos se le hacían más interesantes.

Cuando caminaba rumbo al parque de su elección, paso frente del Parque Hidalgo, se quedo parado en la esquina y pudo ver las canchas de básquetbol y a los muchachos y muchachas jugando, entonces recordó, las veces que él había jugado en esas mismas canchas, sudando la playera, enseñando a alguna amiga lo que el  aprendido luego de muchos años de práctica pero que ahora ya no podía jugar más, un recuerdo lo llevo a otro y de pronto recordó el viejo reloj de flores, se pregunto si seguía funcionando y decidió ir a averiguarlo.

Al llegar al reloj, pudo ver que aun tenia flores blancas en la cara del reloj, que el césped verde seguía igual de verde que la última vez que lo visito, pero que su tiempo se había detenido a las cuatro y cuarto, se pregunto para sí mismo, si eran las cuatro y cuarto de la tarde o las cuatro y cuarto de la mañana, sentía que una parte de la magia de aquel lugar se encontraba dormido como lo hacia el viejo reloj, pero aun quedaba un misterio cual fue la ultima hora que marco.

Vio una mesa con bancas de concreto, que aun que había otras tres más cercanas, aquella le pareció que los pequeños rayos de sol que alcanzaban a entrar entra las copas de los arboles la hacían  más cálida que el resto, así que sentó en ella, saco su café de la mochila y su tamal de la bolsa y comenzó a comérselo con la pequeña cuchara azul de plástico que le habían dado al momento de comprarlo al terminar recordó sonriendo por debajo de su cubre bocas, que cuando era niño solo comía tamales de dulce y que alguna vez se pregunto por su color, pero había llegado a la conclusión de que ese color rosa, era el mejor que podían tener.

Mientras disfrutaba de su desayuno, escucho a los pájaros volar entre las copas de los arboles por encima de él, miro arriba y observo como la copa de los árboles se mecían con un viento ligero, los pajaritos volaban libres de rama en rama, el sol acariciando los hojas verdes ágilmente se escabullía entre ellas para llegar a donde él estaba.

Fue en ese momento en que sintió la necesidad de sacar su libreta, sus plumas y escribir, algo, lo que sea, no tenía ninguna idea de lo que podía comenzar a escribir y mientras observaba la copa de los arboles decidió sacar su celular fue entonces que se percato que había olvidado los audífonos, pero había traído las pequeñas bocinas negras portátiles de pila, siempre le habían dicho que cargaba con cosas demás, pero jamás hacia caso, esta vez esa carga extra le darían un concierto personal sentado en la banca de concreto escribiendo en una mesa del parque Hidalgo.

Coloco el celular en la mesa, le conecto las bocinas y recordó que solo le había cargado una sola canción, pero no le molesto, era precisamente esa canción la que quería escuchar,  era la canción que le traía recuerdos tristes pero ahora solo tenía eso, recuerdos tristes.

Sentado en ese lugar, mirando los arboles de momento imprevisto le venía algo al centro del pecho un dolor tan agudo como una aguja que se entierra despacio directo al corazón y escribía, cuando terminaba leía, pensaba y volvía a mirar a lo alto, sabía que algunas veces alguien lo miraba mientras pasaban a su lado, pero no le importaba. Fue en una de esas excursiones al paisaje, donde pudo ver por mera casualidad, a una persona que pasaba entre los arboles con pantalón de mezclilla azul y camisa café, no la vio con mucha claridad, lo que si vio fue un algodón de azúcar rosado, lo que le hizo preguntarse -¿a qué niño le compran tan temprano un algodón de azúcar?- pero recordó su desayuno y se dijo -bueno lo mío fue casi lo mismo-, y regreso a las copas de los árboles.

Cuando más sumergido estaba entre las copas y su libreta, vio a una mujer sentada en la orilla de una banca, que parecía mirar a donde él estaba, -debe estar esperando a alguien seguramente- pensó, observo que vestía un pantalón de mezclilla azul y una playera café, esta vez distinguió que la adornaban estampados geométricos en distintos tonos de café, que las mangas eran de tres cuartos, cuello ancho y  era holgada sin ser demasiado floja, pudo darse cuenta que aquella muchacha, de cabello castaño oscuro lucia un peinado en cola de caballo, con un pequeño fleco de lado que le daba un aire fresco junto a su piel trigueña, pero no quiso mirar más, por al que hacerlo podría comenzar hacerse preguntas, que jamás tendrían respuesta, como su nombre o tan importante como su nombre si era ella la que desayuno algodón de azúcar, pues sería gracioso que así fuera.

Con la mirada desviada a propósito, observaba las hojas que se habían caído de los árboles, las pequeñas piñas de color café que le daban un aire de naturaleza al frío suelo de cemento, perdido en sus divagaciones, tratando de olvidar las colas de caballo y el algodón de azúcar, fue sorprendido de improviso, cuando una voz con un tono alegre y efusivo le dijo -¡Hola!- un poco desconcertado, como quien es despertado a medio sueño, volteo y vio que la chica aquella de la cola de caballo, la del posible algodón de azúcar, estaba frente a él y había venido a saludarlo y solo supo contestar,- Hola-, de la misma forma pero sin ser tan efusivo, tratando de ocultar su repentina sorpresa.

                     




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