RELATOS BAJO EL AGUA
PREGUNTAS SIN
RESPUESTAS
1
EL PADRE.
NUNCA
DEJARE DE AMARTE
AUN
QUE ESTE AMOR TERMINE POR MATAR
A
UNO DE LOS DOS
¿Por qué no me quieres papito?
Nunca podré sacarme del alma la voz de mi hijito cuando me
preguntaba con sus ojos llenitos de lágrimas mirándome fijamente entre las olas
de su incredulidad infante, su vocecita liviana como un suspiro se escapo de su
pecho pequeño al pronunciar sus últimas palabras,- ¿Por qué no me quieres
papito?.
¡Y eran para mí! ¡para mí!, para el despojo de ser humano
inmundo que soy, cobarde en todo mi maldito ser, ¡carajo! ¡puta madre! Mi hijito
desperdició sus últimas palabras en alguien como yo, ¡como yo!, y ahora me
persiguen como fantasmas arañando desde adentro, quemando mi piel, yo que soy
tan cobarde que no puedo ni darme un tiro.
Estoy solo, como un pinche perro esperando la muerte, no,
todavía un perro en la perrera está rodeado de otros como el, yo estoy solo, ni
la escoria más pútrida de la prisión quiere hablarme y los entiendo, yo mismo
no quiero hablar conmigo, solo mi vieja madre de vez en cuando se acuerda que
tiene un hijo y está preso, ¡pinche
vieja si también tiene la culpa!, no, que culpa va a tener mi madre si también
fue una víctima de mi padre, y yo solo soy el reflejo de lo que me enseño a
golpes, así mismo como él nos trató, así
trate yo a la mía.
En el fondo, pero no tan en el fondo porque siempre lo tenía
presente, sabía que estaba mal pero nunca tuve el valor para detenerme. Es que
me duele tanto, ¡si a mí también me golpeaban!, mi padre me ponía dos tabiques en las manos y tenía que
cargarlos encima de mi cabeza arrodillado pegado a la pared y cuidadito con que
bajara los brazos por que tocaba mecatazo, como ardía esa madre, como me
rompían la madre a cada rato.
Luego llegaba mi jefe borracho y le daba a mi jefa unas madrizas bien buenas, rompía
todo, hacían un escándalo que despertaba a todos los vecinos del barrio. Un
chingo de veces se llevaron a mi padre a la jefatura por violento. Pero ahí
estaba mi jefa siempre sacándolo, vendiendo hasta la tele para pagar la fianza,
¡qué poca madre!, mi abuela decía que hasta parecía que le gustaba que le
pusieran sus chingas.
¿Pero que le quedaba a mi vieja? Te casaste por la iglesia
le decían, ahora te friegas, están juntos hasta la muerte, y hasta que se murió
mi jefe de borracho fue así.
Yo no tenía la culpa de sus broncas, pero aun así se
desquitaban conmigo, aun me duelen sus gritos, sus palabras, sus mamadas, por
eso tengo tanto piche coraje con mis jefes, con Dios que me puso esos padres
tan ojetes, con todo pinche mundo. Como te quitas algo que te metieron a
golpes, si supiera, si pudiera hacerlo lo habría hecho, pero no, ni supe, ni
pude, y ahora soy lo que ellos hicieron
de mí.
¿Quién se apiada de un pobre desgraciado como yo?, ¡nadie!,
ni uno mismo, a veces solo su madre y ella esta tan fregada como uno.
Simplemente no entiendo, no comprendo cómo chingados pude
hacerlo, mi hijo, mi hijito, mi pobre
hijito de mi alma, ¡que venga el diablo y se coma mi pinche alma!, no valgo
nada.
Llegue encabronado ese día, las pinches cuentas no me salían
y había perdido un billete porque el pinche equipo de mierda había perdido,
¡vale madres! todo se me junto, hasta mi jefa me fue a buscar al trabajo para
pedirme dinero, ¿de dónde chingados quería que sacara?, para eso si era re
buena, pá pedirme dinero, ¡ah pero cuando yo les pedía algo de niño!, ¡ahí si
era no tengo!. Ya no estaba buscando quien me la hiso si no quien me la pagara,
tenía la maliciosa certeza de que llegando a mi casa encontraría al
desafortunado deudor, y así fue.
Entre a mi casa con si fuera el mismo diablo, los ojos
inyectados de sangre, un coraje almacenado desde la mañana cuando se me fue el pinche
trasporte y llegue tarde al trabajo. ¡Ya llegue carajo! grite al cruzar la puerta, esperando que mi
mujer respondiera desde alguna parte, pero no se escuchó ni un pinche suspiro
proveniente de ella, me adentre con una furia aun mayor, gritando para que
saliera de donde pudiera estar, pero no la encontré por ninguna parte, eso me
puso aún más furioso, fui a nuestro cuarto y al no verla ahí fui al cuarto de
nuestro hijo, y ahí estaba el, sentadito en la cama sin decir ni una palabra,
¿Dónde está tu pinche madre que no está aquí para darme de comer?, le grite
como si él fuera el responsable de saber ese tipo de cosas, peor aún como si el
tuviera la culpa de que yo estuviera tan encabronado, -Fue con doña Susana a
cobrar lo del pedido de los cosméticos- me respondió mirándome a penas, sus
piernas la temblaban y evitaba verme al rostro, ¡este pinche chamaco me esconde
algo!, lo supe de inmediato, como si tuviera un sentido especial para oler los problemas,
lo observe con más cuidado buscando algo que lo delatara, un golpe, un pantalón
roto, pero no vi nada, -a ver tus libretas, como vas en la escuela- solo estaba
buscando un pretexto, es la verdad, algo tenia este chamaco pensaba, y voy a
saber que chingado es.
Mi hijo me paso su mochila con todas sus libretas y yo de un
grito le dije siéntate vamos a revisarlas, una por una fui revisando las
libretas, y no encontraba nada malo, me estaba dando aún más coraje, y su madre
que no llegaba. Era la última libreta, estaba a punto de cerrarla, -esa pinche
vieja ya se tardó- ahorita va a saber quién chigandos soy- pero para mí mala suerte el diablo con el que había entrado
estaba muy suspicaz y de reojo pude ver un el color de una nota roja en la
siguiente página de la libreta antes de cerrarla.
Que madriza le puse a mi hijo, ya no estaba pensando, mi ira
ahogo todos los gritos de mi hijo, -lo habían expulsado 3 días de la escuela
por pegarle a otro niño- mi hijo lloraba, de mi boca salían todo tipo de insultos
y maldiciones, todas las formas que conocía para humillar a un hijo, tan bien
aprendidas las estaba poniendo en uso, chantajes insanos sobre lo duro que
trabajamos los padres para el bien de nuestros hijos, si todos sabemos que es
nuestra obligación y nadie nos obliga a ser padres, uno mismo decide tomar esa
carga sobre nuestros hombres y luego la echamos de cara contra nuestros hijos.
Lo golpee hasta que se me terminaron las fuerzas, fui incapaz de escuchar sus
suplicas, que llegaban a mi como una voz fantasmal desde el cuerpo de mi hijo
que sufría a merced de mis golpes.
El lloraba pidiéndome perdón, me gritaba ¡perdóname papito!,
pero a cada palabra de él yo respondía con mayor furia, todo me molestaba sin
que existiera una verdadera razón.
No odiaba a mi hijo, nunca quise hacerle daño, es solo que
no sabía ser de otra manera, siempre he vivido con esta presión de mi pecho,
una bomba de tiempo que explota a la menor provocación y destruye todo, vivo
con un demonio que habita mi corazón y posee mi cuerpo, entonces no respondo de
mí mismo, no pienso en nada más que sacar todo esta maldita furia, en ese
momento no pienso, no siento, no estoy vivo, no soy yo, una parte de mi me
grita desde adentro detente, para, no lo hagas, ya basta, pero nunca logra
detenerme, no puedo controlarme, ya nada me importa solo desahogar mi propio
alma atormentada.
MI hijo estaba tirado en el piso, yo estaba cansado estaba
entrando en razón, poco a poco comenzaba a sentirme culpable de mis acciones,
pero como siempre en lugar de enfrentar mis errores, me llenaba de vergüenza,
no era mi hijo golpeado, era yo ahí a los pies de mi padre nuevamente, y lo
odiaba, odiaba eso, odiaba mirarme nuevamente en ese lugar, como pude ser tan débil.
Cuando la culpa de invade, suelo gritar y salirme de la casa a beber, nunca
acepte mi culpa y la responsabilidad de mis acciones. Estaba a punto de salir
de la recamara, cuando mi hijo alzo la vista y temblando de miedo, me miro y
llorando me dijo, ¡perdóname papi! ¡por favor perdóname!, esas palabras me
calaron el alma, pero en lugar de conmoverme me hicieron temblar, todo mi ser
se sacudía por dentro, culpa, odio, coraje, ¡¿Cuántas veces dije lo mismo?! Y nadie
me ayudo, suplicante rece y ningún Dios vino a rescatarme, pero ahí estaba yo,
de pie frente a él, yo podía salvarlo, yo podía detenerme, pero en lugar de
eso, me dio tanto coraje, que lo patee tan fuerte como pude, al mismo tiempo
que le gritaba ¡cállate!, su cuerpo salió despedido al otro lado de la
recamara, pude sentir como mi bota se hundía en su pecho lentamente antes de
que saliera despedido, aun escucho el sonido de sus costillas rompiéndose,
¡juro que aun puedo escucharlo!, tanto como la palpitación de aquella ultima
patada, son dos cargas pesadas que nunca van a dejarme y moriré con este sensación
en mis entrañas atormentándome para siempre.
Me quede de pie por un momento, mirándolo, sabía que algo estaba mal, mi furia se desvaneció
en segundos, y el miedo comenzó a recorrerme las entrañas, mis ojos suplicaban
que estuviera bien, pero daña estaba hecho, dude un par de segundos, no
comprendía la gravedad de mis actos, a un costado de la cama mi hijo estaba mi
hijo, quieto sin moverse de pronto emano un pequeño quejido de dolor apenas perceptible,
con las piernas temblando me acerque dando unos cuantos pasos, -¿Qué te pasa?
¿está bien?- ya vez lo que me haces hacer tú tienes la culpa por hacerme enojar-
le dije un poco antes de inspeccionarlo, pobre idiota de mí, aun en ese momento
trataba de evitar la responsabilidad, de aliviar mi culpa y ponerla sobre otro, justificando mi barbarie como si
eso tuviera justificación, ¡así somos todos! No lo nieguen, patéticos,
miserables, ¡cobardes!, buscando culpables sin mirarnos al espejo.
Me arrodille para ver qué tan fuerte lo había pateado, yo sabía
que esta vez me había excedido, siempre lo sabemos, pero decimos no recordarlo,
porque preferimos fingir demencia , a aceptar lo patéticos que somos, para
esconder la cara de vergüenza que sentimos por dentro y el asco que no causa
darnos cuenta. Tome a mi hijo y lo
enderece para verlo y vi su rostro lleno de lágrimas, con sus ojitos cerrados,
con su carita blanca, pálida, cada vez más blanca como una hoja en blanco, los
labios oscuros, y el como si fuera un trapo, sus lágrimas venían acompañadas de
angustiantes sonidos de dolor apenas perceptibles, en un par de segundos comenzó
a toser con vestigios de sangre saliendo
por su pequeña boca, su ojos orbitaban lejos sin mirarme, su respiración se
hiso trabajosa, ¡no podía respirar!.
Cargue a mi hijo entre mis manos, ¡que había hecho!, la
cabeza me daba vueltas, ¿dónde estaba mi mujer?, ¿qué hago dios mío que hago?,
el miedo se convirtió en terror, mi hijo se estaba muriendo, salí corriendo a
la calle con mi hijo en brazos, -¡ayuda! ¡ayúdenme!, mi hijo , algo le pasa a
mi hijo- pero nadie salía, nadie se asomó ante mis gritos, corrí a la calle y
vi pasar un taxi, prácticamente me avente contra él cuando note que no tenía
intenciones de pararse, -¡por favor! es una
urgencia, mi hijo, tiene algo, lléveme al hospital- le suplique a aquel hombre,
aquella persona no dudo en llevarme, algo me decía, mientras abordaba la
unidad, podía notar el tono preocupado en su voz, quiso interrogarme pero yo no
contestaba nada, que vergüenza, que
miseria de ser, trataba de ocultar mis bajos actos, mis ojos estaban cubiertos
de lágrimas, solo decía, rápido por favor se me muere, se me muere, -llegamos
al hospital y corrí gritando, el taxista solo me observo y no trato de
detenerme.
A unos pasos de la puerta de cristal del urgencias, mi hijo
tembló entre mis manos, sorprendido me detuve un segundo para mirarlo, mi hijo tenía
los ojos clavados en mí, observándome con todas sus fuerzas, su pequeña mano se
alzó lentamente y acaricio mi rostro, tan suave que ni la pluma más ligera o el
viento más tierno podría igualar, había lagrimas secas en toda su carita, y
entonces mirándome a los ojos, me pregunto ¿papito por qué no me quieres?.
Mi garganta sigue cerrada con un millón de nudos y espinas,
no pude decirle nada, en una sola pregunta mi alma estaba destrozada, mi hijo,
mi hijo sentía que yo no lo amaba, entre al hospital gritando mil cosas,
enfermeras y médicos salieron en poco tiempo al escuchar mis gritos, una
enfermera me quito a mi hijo, y corrió con él, yo quise seguirla pero me detuvieron,
muchas personas me hablaban, me preguntaban qué había pasado, yo no podía decir
nada, más que lo salvarán, estaba desesperado, quería entrar y verlo, quería esconderme,
quería volver al pasado, mi cabeza estaba llena de voces incompresibles,
fantasmas que me perseguían y volaban furiosos contra mí, no tenía el valor de
decir que fui yo, que yo había golpeado y pateado a mi propio hijo de esa
manera.
De pronto, no sé en cuanto tiempo, aun ahora siento que
estoy ahí, en esa sala de hospital, esperando, deseando despertar de esta
pesadilla, el doctor salió a hablarme, -es su hijo el niño que entro hace un
momento poli contundido- sí, no comprendía que era eso ultimo pero estaba
seguro que se refería a mi hijo, si, es mi hijo- aquel hombre me miro fríamente,
sostuvo la respiración y mirándome por completo dijo que mi hijo tenía muchos
golpes, que la habían fracturado las cotillas y una de ellas se había clavado
en un costado de corazón y otra parte había perforado un pulmón, -tratamos de
hacer todo lo posible, pero no logramos salvarlo, lo siento-
Grite como nunca había gritado, ¡NOOOOOO! mi hijito ¡nodo!, el mundo se vino abajo, nunca sentí la carga
de la tierra sobre mi tan fuerte como aquella vez, aparte al doctor y trate de correr a donde mi hijo estaba,
pero fue detenido por dos oficiales que no había notado antes y habían venido
acompañando al doctor, ellos lo sabían, lo sabían todo.
No pude asistir al entierro de mi hijo, no mentí frente al
juez, no trate de esconderme, no hice nada más que agachar la cabeza, todos los
recuerdos de mi hijo se repetían una y otra vez, los recuerdos de aquel día, la
patada que lo mato, sus palabras, sus ojos, los moretones, todo está dentro de
mí, el dolor me abraza como una bestia furiosa y me arranca una y otra vez el
alma, luego la escupe, como la mierda que es.
Mi hijo está muerto, yo lo mate, ¡yo lo mate!, lo mate de
más de una forma.
Si te amo hijo, si te amo, perdóname, perdóname, le repito
una y otra vez a su fotografía, nunca va escucharme, nunca obtendré el perdón de su corazón roto,
que yo rompí a golpes y gritos.
¿Quién pregunta por una escoria como yo?, nadie, solo soy un
cobarde con un amor enfermizo y violento.
Me despierta a media noche su voz, ¿Por qué no me amas
papito? Y yo me ahogo en mil penas.